viernes, 18 de mayo de 2012

Nunca llegaste

Era miércoles, y ansiosa esperaba que la hora de la cita, que acostumbrábamos a tener, llegara. El tiempo voló, y cuándo me quise dar cuenta ya estabas esperando en el mismo lugar de siempre. Pero esta vez pasaba algo. No noté que tu mirada me buscara. Se encontraba perdida, en algún lugar desconocido. [ ... ]
Me acerqué lentamente a ti, a unos dos metros enfrente tuya, pero seguías absorto. Decidí sentarme junto a ti a intentar averiguar qué era lo que te había transportado a otro lugar. 
Entonces noté una extraña sensación, como si hubiera atravesado una pompa de jabón; a continuación me viste y nos fundimos en un bonito beso. Al poco tiempo comenzamos a escuchar una preciosa canción. La que escuchas ahora mismo. Nunca supimos de dónde procedía, pero eso era lo de menos. Nos seguíamos besando a pesar del balanceo del banco, que era debido a su descomunal cojera. En esos instantes no existía ningún tipo de contaminación acústica. Solamente se escuchaban los trinos de los pájaros, la suave melodía y nuestra respiración. El sol se comenzó a poner en un intervalo de tiempo que se asemejaba interminable, pues así deseaba yo que fuera ese momento.

No sé que pasó después de esa puesta de sol. No sé que ha sido de ti ni de tu vida.
Probablemente ya hayas olvidado lo sucedido y que sea sólo yo quien guarde este recuerdo.

Por esa razón, hoy volveré a sentarme en ese banco, quince minutos antes de la puesta de sol. Volveré a adentrarme en ese mundo extraño y desconocido, sumido en la inmensidad del silencio, y aguardaré tu aparición. Voy a desear como nunca he deseado que vuelvas a nuestro lugar, a nuestro banco, a nuestro momento y a mi. Porque a fin de cuentas, eso fue lo que hiciste, irte de mi vida.

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