domingo, 2 de junio de 2013

La última puesta de Sol

Era un día primaveral y qué mejor que para pasarlo con ella. Cogimos el coche y nos dirigimos al campo, lejos de la ciudad y del ruido para poder disfrutar bien de nuestra mutua compañía. Me resultaba muy difícil concentrarme en conducir porque no hacía más que observarla cantando con la luz cálida del Sol dándole en la cara. Pronto llegamos a una especie de montañita, a esto que le llaman colina, en la que había un árbol grande que daba sombra suficiente para los dos. Pasamos el día entero allí, dándonos cariño, riendo (...) incluso escribimos nuestras iniciales en el tronco del árbol, pero no de nuestros verdaderos nombres si no de los que nos habíamos puesto nosotros en nuestras películas inventadas. El día había sido perfecto y esperaba a serlo aún más cuando llegó el momento de la puesta de Sol; sacamos del coche una manta ya que empezaba a hacer frío, y abrazados nos acurrucamos en el árbol para verla. Nunca me había sentido mejor que en esos instantes, aunque estuve un poco preocupado porque a veces me parecía escuchar que le costaba respirar pero si ella no le dio importancia pensé que sería porque no la tenía. Creí que era algún tipo de broma cuando entonces empezó a toser fuertemente, casi jadear, pero supe que no lo era porque se empezó a poner pálida. No entendía nada. Cuando me quise dar cuenta nos dirigíamos al hospital en la ambulancia, yo besándole la mano sin poder  mirar a todos los aparatos a los que la habían enchufado. En ese momento pensé que el que iba a morir era yo. Ya estabilizada, me informaron de que había tenido una reacción alérgica a alguna sustancia que había en el aire la cual le había producido un paro cardíaco, que estaba en coma me dijeron. No lo entendía, nunca nadie se había quedado en coma por un paro cardíaco, por qué ella, por qué... Pronto llegó su familia y como era de esperar, me trataron en parte como si yo fuera el culpable. Pasé la noche cuidándola, o eso quise pensar. Desde la ventana de la jefa del departamento de intoxicaciones me miraba un gato blanco de ojos claros con mirada siniestra, que también llevaba un collar de flores rosadas, muy cursi la verdad para la aparente personalidad del felino. En ese momento también me repugnó el poder que tienen los altos cargos como para tener a sus mascotas en sus despachos. Al mediodía del día siguiente dijeron que no creían que saliese del coma porque la sustancia le estaba destrozando el tejido de los pulmones, como una especie de tuberculosis, que sería difícil dijeron...  Difícil fue el tener que acostumbrarme a vivir sin ella.                                 Su familia volvió a ver como seguía, por si habían averiguado algo nuevo, y nada. Verla allí en aquella camilla era escalofriante pero a la vez era mágico porque su presencia se notaba en el ambiente; entonces no sé como logré tranquilizarme; y al momento apareció el gato blanco de nuevo, la miró a ella, me miró y siguió camino del despacho de su dueña. A los pocos segundos uno de los aparatos empezó a pitar como signo de que su corazón no latía, enseguida se llenó la habitación de enfermeras y médicos, me ordenaron que saliese. Nunca he odiado tanto a un animal como al gato ese, no creo que su muerte y la aparición del gato fuese casualidad, para nada, ese gato se llevó al amor de mi vida y me condenó a vivir sin ella.
Siempre que puedo vuelvo a aquel árbol a recordar el último día que la tuve cerca y a recordar la última puesta de Sol que vieron sus ojos, porque sentirla mía la siento siempre.



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