martes, 8 de mayo de 2012

Algo con poco sentido.

Me gustaría confesar que nunca me han gustado ni atraído las ciudades. Quizá es porque siempre me crié con el ambiente de pueblo,en el que sabes a quién le puedes pedir qué, cómo, dónde y cuándo. Donde todos saben quén es la señora maruja-chismosa con la que tienes que tener cuidado y la persona con la que te buscarías "la ruina". Todos sabemos que en una ciudad pequeña o en un pueblo grande como es Gáldar, el que venga de visita (y que sea peninsular) se desespera. Allí es muy normal ver coches parados en medio de la carretera o autovía porque su conductor está hablando con alguien que iba caminando por aquellos alrededores.Pero en fin, creo que esto pasa en la mayoría de estos.

Otra posibilidad podría ser que nunca me ha gustado el ambiente que se crea entre las ciudades y yo. Es como si una tremenda incertidumbre se abalanzara sobre mí y que todas las calles llevaran a un sitio diferente, es decir, un laberinto con una única salida. 

A fin de cuentas, creo que nunca van  a ser lugares o personas las que me desagraden, si no el ambiente que se crea entre ellos y yo. Podrá ser uno de desconfianza y peligro, de serenidad y cariño o de dulzura y amor; pero siempre serán estos, y no los inquilinos que se encuentren en ellos.

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